Dedico esta segunda carta, de las tres previstas, a la presentación de la encíclica Dilexit Nos del Papa Francisco. En la carta dominical del 3 de noviembre presentábamos la primera y segunda parte; hoy las partes tercera y cuarta, dejando la quinta y la conclusión para la solemnidad de Cristo Rey. La tercera lleva por título “Este es el Corazón que tanto amó”, y se distribuye entre los números 48 al 91. Desarrolla siete puntos: Adoración a Cristo, veneración de su imagen, amor sensible, triple amor, perspectivas trinitarias, expresiones magisteriales recientes, y profundización y actualidad.
Nadie debería pensar, dice el Papa, que esta devoción nos pueda separar o distraer de Jesucristo y de su amor. La imagen de Cristo con su Corazón, nos orienta a elevar nuestro propio corazón al de Cristo vivo y unirlo a él. El Hijo eterno de Dios nos amó con un corazón humano. Hay un triple amor que se contiene y nos deslumbra en la imagen del Corazón del Señor: el amor divino infinito que encontramos en Cristo, la dimensión espiritual de la humanidad del Señor y por último, su Corazón símbolo de su amor sensible. Existe una perspectiva trinitaria en la devoción al Corazón de Jesús. El amor de Cristo es «revelación de la misericordia del Padre». En consecuencia, bajo el impulso del Espíritu Santo, nuestra relación con el Corazón de Cristo se transforma y nos orienta hacia el Padre que es la fuente de la vida y último origen de la gracia.
San Juan Pablo II enseñaba que «el Corazón del Salvador invita a remontarse al amor del Padre, que es el manantial de todo amor auténtico». Sin duda, las expresiones magisteriales han puesto de manifiesto que esta espiritualidad ha ido tomando forma como un verdadero culto al Corazón del Señor y como respuesta ante el crecimiento de formas rigoristas y desencarnadas de espiritualidad – como el rigorismo jansenista – que olvidaban la misericordia del Señor y al mismo tiempo, como respuesta a un mundo que pretende construirse sin Dios. En este avance de la secularización, se multiplican en nuestra sociedad diversas formas de religiosidad que se manifiestan en una “espiritualidad sin carne”, sin relación personal con un Dios de amor. Por eso el papa Francisco, anima a renovar la devoción al Corazón de Cristo frente a “un cristianismo que ha olvidado la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona, la cautivadora belleza de Cristo” y a no olvidar la oración más popular que se dirige como un dardo al Corazón de Cristo: «En Ti confío».
En la cuarta parte de la encíclica, que lleva por título “Amor que da de beber” (nn. 92-163), el Papa señala los aspectos fundamentales que debería reunir hoy la devoción al Sagrado Corazón. Es en la imagen bíblica del costado herido y traspasado de Cristo, de donde mana la vida de la gracia, y en la que se concentran todas las expresiones de amor de las Escrituras. El culto al Corazón de Cristo no se manifestó de idéntica manera en la Tradición viva de la Iglesia. El papa Francisco hace un recorrido histórico por esta devoción en la espiritualidad de muchos santos como san Francisco de Sales, santa Margarita María Alacoque, san Claudio de La Colombière, san Carlos de Foucauld y santa Teresa del Niño Jesús, entre otros.
El Papa Francisco destaca los íntimos lazos entre la devoción al Corazón de Cristo y la espiritualidad ignaciana, que en sus Ejercicios Espirituales propone un conocimiento interno del Señor. Ante la contemplación de la herida del costado de Cristo, propone un camino espiritual: “Rescatar esa expresión de la experiencia espiritual desarrollada en torno al Corazón de Cristo: el deseo interior de darle un consuelo”; y recuerda que la devoción del consuelo al Corazón de Cristo no es ahistórica o abstracta, se hace carne y sangre en el camino de la Iglesia. Cuando contemplamos el Corazón de Cristo entregado hasta el extremo por nosotros, recibimos la gracia de la compunción y somos consolados. Y deseando consolarle, salimos consolados «para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios» (2 Co 1,4).
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla