

Nuestra Archidiócesis celebra con alegría la ordenación presbiteral de nueve jóvenes. Por la ordenación quedarán configurados con Cristo sacerdote, llamados a vivir en comunión de amor con él y a participar de sus sentimientos y actitudes, llamados a entregar su vida por el Señor y por los hermanos, dando testimonio constante de fidelidad y amor. Demos gracias a Dios y sigamos orando por las vocaciones sacerdotales.
La Iglesia está viva y es fecunda cuando genera nuevas vocaciones. Cada vocación en la Iglesia -sea laical, al ministerio ordenado o a la vida consagrada-
es un signo de la esperanza que Dios pone en el mundo y en cada uno de sus hijos. El sacerdote proviene de la comunidad cristiana y a ella es enviado. Es motivo de alegría para las comunidades de donde provienen los nuevos sacerdotes reconocer la presencia del Espíritu Santo y seguir adelante en el cuidado de una auténtica pastoral vocacional. Animo a todas las parroquias, movimientos, hermandades y asociaciones eclesiales a cultivar una pastoral vocacional que promueva la amistad con Cristo y el deseo de seguirlo sin temor. Los nuevos sacerdotes provienen de la pastoral familiar, de la pastoral de evangelización y catequesis, de la pastoral con jóvenes, universitaria, de las acciones misioneras, del testimonio de vidas entregadas en la riqueza de vocaciones. Hay jóvenes que escuchan la llamada y se abren a la invitación del Espíritu porque todos colaboramos en esta misión de escuchar y acompañar en la respuesta. Adelante con la pastoral vocacional que es misión de todos.
El sacerdote tiene como relación fundamental la que le une con Jesucristo, Cabeza y Pastor. Así participa, de manera específica y auténtica, de la «unción» y de la «misión» de Cristo (cf. Lc 4, 18-19). La relación del sacerdocio con Jesucristo, y en Él con su Iglesia, -en virtud de la unción sacramental- se sitúa en el ser y en el obrar del sacerdote. La eclesiología de comunión es fundamental para comprender la identidad del presbítero. Es servidor de la Iglesia comunión porque -unido al Obispo y en estrecha relación con el presbiterio- construye la unidad de la comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas y servicios. El Papa Francisco recordó esta identidad relacional del sacerdote a partir de cuatro cercanías, cuatro dimensiones que configuran el ser sacerdotal: “Las cercanías del Señor no son una carga más sino son un regalo que Él hace para mantener viva y fecunda la vocación. La cercanía a Dios, la cercanía al obispo, la cercanía entre nosotros sacerdotes y la cercanía al santo Pueblo fiel de Dios.”
San Juan Pablo II decía que “hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en efecto, el sacerdote del mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo. Cuando vivía sobre la tierra Jesús ofreció en sí mismo el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial del que los Apóstoles fueron los primeros en ser investidos”. Benedicto XVI afirmó que el núcleo del sacerdocio está en la amistad con Jesucristo, «ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Amistad que es expresión de comunión de pensamiento y de voluntad con el Señor.
Se cumple este año el 60 aniversario del decreto del Concilio Vaticano II Presbyterorum Ordinis. En este documento se recuerda que el fin que debe procurar el presbítero, tanto en su ministerio como en su vida, es la gloria de Dios Padre en Cristo. Así, “ya se entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el sacrificio eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para el bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y a la dirección de los hombres en la vida divina”. Pidamos a la Santísima Trinidad que inflame de ardor apostólico y caridad pastoral los corazones de estos nuevos sacerdotes para que busquen incansablemente la gloria de Dios sirviendo a la Iglesia. A la María santísima, Madre de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, los encomendamos.
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla