Carta Dominical Arzobispo de Sevilla.
En la solemnidad de Pentecostés celebramos también el día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Este año tiene un lema muy sugerente y actual: «Juntos anunciamos lo que vivimos». Esta jornada es un momento privilegiado para profundizar en la conciencia de nuestra vocación a vivir y a dar testimonio de nuestra fe con obras y palabras y, por lo tanto, a vivir la vocación al apostolado.
Jesús prometió a los apóstoles que recibirían la fuerza del Espíritu Santo y serían sus testigos desde Jerusalén hasta los confines de la tierra.
Una promesa que tuvo cumplimiento el día de Pentecostés. Después de recibir el Espíritu Santo, Pedro proclamó solemnemente que «Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías» (Hch 2,36). Es el primer testimonio que se da sobre Cristo crucificado y resucitado, el primer anuncio de Cristo vencedor de la muerte, del pecado, de todo mal. Es el inicio del Kerigma.
Tal como sucedió con Pedro y los once, el Espíritu Santo concede la fortaleza necesaria para superar los miedos exteriores e interiores y la certeza de estar en manos de Dios, Padre amoroso, que cuida a sus hijos en todo momento. El Espíritu enciende en los corazones el fuego de su amor e impulsa a compartir ese amor con los demás; guía hacia la verdad plena y capacita para anunciar el Evangelio por todo el mundo; llena de su fuerza y convierte a los fieles en testigos de Cristo resucitado.
El Espíritu Santo impulsa a dar testimonio de Jesús. El papa Francisco nos exhorta a ser evangelizadores con Espíritu, que se abren sin temor a su acción. En Pentecostés, el Espíritu infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, con parresía. Hoy se necesitan evangelizadores que anuncien la Buena Nueva con palabras valientes, y sobre todo con una vida transformada por la gracia de Dios. Si no arde en los corazones el fuego del Espíritu, no hay motivación humana que sea suficiente. Evangelización con Espíritu significa tener la conciencia clara de que el verdadero protagonista de la misión de la Iglesia es el Espíritu Santo. Él da el impulso para evangelizar y para vivir una espiritualidad auténticamente evangelizadora.
Jesús envía a los apóstoles a proclamar el Evangelio por todo el mundo y les anuncia que serán sus testigos hasta los confines de la tierra. No se trata de comunicar teorías u opiniones personales, sino de dar testimonio de Cristo. El testimonio es un concepto bíblico relacionado con el Kerigma. Los apóstoles aparecen en el libro de los Hechos como los testigos de la vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, aquellos a los que Jesús había encargado predicar y dar testimonio. En la actualidad, cuando hablamos de testimonio nos referimos al testimonio de palabra y también al testimonio de vida, que es una responsabilidad de todo bautizado, como miembro de la Iglesia, y de toda la Iglesia, como comunidad de bautizados. Testimonio en el propio ambiente a través de la comprensión, la cercanía, la solidaridad con las causas nobles, la actitud de servicio, la fe y la esperanza más allá de lo visible. Sin palabras es posible provocar interrogantes y por eso el testimonio se convierte en un inicio de evangelización.
Todos los cristianos estamos llamados a ofrecer este testimonio de Cristo Salvador a través de una vida coherente en los pequeños y los grandes detalles. Porque de este modo se revela la fe cristiana de la persona o porque se acabará descubriendo cuando se responda a los interrogantes que suscita con su actuación. María Santísima, reina de los apóstoles, nos guía en el camino para que sigamos anunciando juntos lo que vivimos, la alegría del Evangelio que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG 1).
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla